/ viernes 15 de julio de 2022

Casos y cosas de la experiencia | Desde la experiencia VIII

“Las lágrimas son palabras que el corazón no puede expresar”. (Gerard Way)

Muchas veces hemos coincidido en el mismo lugar, nos miramos a los ojos y saludamos, mediante un gesto discreto. Lo llamaré Davis; es un hombre moreno, delgado, pelo rizado y piel quemada por el sol, siempre trae un trapo húmedo entre las manos, para limpiar los autos estacionados en la acera: entre el café y los libros. Ciertamente es un sitio concurrido por jóvenes y adultos, emprendedores y negociadores. Algunos adquieren libros, que acrecentarán su acervo cultural o conocimiento. En ocasiones escucho cantar a Davis y simular que toca la guitarra eléctrica, hay otras que pareciera portar un arma en la mano, y hace gestos como si fuera a disparar a diestra y siniestra.

Davis pasa muchas horas deambulando en ese lugar. En ocasiones he observado que los jóvenes empleados del negocio salen y le obsequian un vaso de agua fría, para que se refresque. Hay personas que le dan una moneda porque limpia los cristales de su auto. He intentado charlar con él y no me responde, desvía la mirada y al instante se retira. Una vez compartí con él un poco de comida y sonrió. A lo largo del año permanece en ese lugar realizando las mismas actividades. Me pregunto dónde dormirá, si tendrá un hogar y si será parte de una familia.

Esta tarde ubiqué a Davis sentado en la sombra, el sudor escurría por su rostro y tenía la mirada perdida. Entonces, le agradecí al Universo que me diera la oportunidad de realizar un acto de amor con él: obsequiarle una botella de agua y un sándwich. Cuando me retiré me sentí vulnerable, rodaron lágrimas de mis ojos; éstas son una respuesta fisiológica a un sentimiento; lloro porque siento la necesidad de agradecer lo que tengo, para disfrutar de cada instante de mi vida. También lloro porque siento tristeza por todos los Davis que deambulan por la calle, y que los vemos como algo habitual; ya no nos conmueve la pobreza y el dolor de otros seres humanos.

Hoy puede ser un gran día, pues tenemos la oportunidad de realizar un acto de servicio por otro ser humano. Podemos hacer una llamada telefónica, dar un abrazo, regalar una flor, un café o un plato de comida, etcétera. También tenemos la oportunidad de celebrar y agradecer el privilegio de generar una sonrisa.

En ocasiones, un recuerdo es lo que hace aflorar mis lágrimas, una pieza musical, un atardecer, amanecer o ver a una pareja de adultos mayores tomados de la mano, entre otras muchas cosas. Sabes, me gusta la espontaneidad con la que fluyen las lágrimas cuando escucho la voz de esa persona adulta, que expresa sus emociones libremente, me conmueve y vibro en sintonía.

Me siento afortunado por acompañar a las personas en su elección de crecer y desarrollarse en forma integral. Celebro y agradezco la sensibilidad que gravita en mí.

Si te encuentras con Davis, salúdalo y haz contacto con él a través de tus actos de servicio.

Por un mundo de confianza y esperanza.


“Las lágrimas son palabras que el corazón no puede expresar”. (Gerard Way)

Muchas veces hemos coincidido en el mismo lugar, nos miramos a los ojos y saludamos, mediante un gesto discreto. Lo llamaré Davis; es un hombre moreno, delgado, pelo rizado y piel quemada por el sol, siempre trae un trapo húmedo entre las manos, para limpiar los autos estacionados en la acera: entre el café y los libros. Ciertamente es un sitio concurrido por jóvenes y adultos, emprendedores y negociadores. Algunos adquieren libros, que acrecentarán su acervo cultural o conocimiento. En ocasiones escucho cantar a Davis y simular que toca la guitarra eléctrica, hay otras que pareciera portar un arma en la mano, y hace gestos como si fuera a disparar a diestra y siniestra.

Davis pasa muchas horas deambulando en ese lugar. En ocasiones he observado que los jóvenes empleados del negocio salen y le obsequian un vaso de agua fría, para que se refresque. Hay personas que le dan una moneda porque limpia los cristales de su auto. He intentado charlar con él y no me responde, desvía la mirada y al instante se retira. Una vez compartí con él un poco de comida y sonrió. A lo largo del año permanece en ese lugar realizando las mismas actividades. Me pregunto dónde dormirá, si tendrá un hogar y si será parte de una familia.

Esta tarde ubiqué a Davis sentado en la sombra, el sudor escurría por su rostro y tenía la mirada perdida. Entonces, le agradecí al Universo que me diera la oportunidad de realizar un acto de amor con él: obsequiarle una botella de agua y un sándwich. Cuando me retiré me sentí vulnerable, rodaron lágrimas de mis ojos; éstas son una respuesta fisiológica a un sentimiento; lloro porque siento la necesidad de agradecer lo que tengo, para disfrutar de cada instante de mi vida. También lloro porque siento tristeza por todos los Davis que deambulan por la calle, y que los vemos como algo habitual; ya no nos conmueve la pobreza y el dolor de otros seres humanos.

Hoy puede ser un gran día, pues tenemos la oportunidad de realizar un acto de servicio por otro ser humano. Podemos hacer una llamada telefónica, dar un abrazo, regalar una flor, un café o un plato de comida, etcétera. También tenemos la oportunidad de celebrar y agradecer el privilegio de generar una sonrisa.

En ocasiones, un recuerdo es lo que hace aflorar mis lágrimas, una pieza musical, un atardecer, amanecer o ver a una pareja de adultos mayores tomados de la mano, entre otras muchas cosas. Sabes, me gusta la espontaneidad con la que fluyen las lágrimas cuando escucho la voz de esa persona adulta, que expresa sus emociones libremente, me conmueve y vibro en sintonía.

Me siento afortunado por acompañar a las personas en su elección de crecer y desarrollarse en forma integral. Celebro y agradezco la sensibilidad que gravita en mí.

Si te encuentras con Davis, salúdalo y haz contacto con él a través de tus actos de servicio.

Por un mundo de confianza y esperanza.