/ sábado 9 de marzo de 2019

Casos y cosas de la experiencia | La vejez

“No considero la vejez una época cada vez más sórdida que uno tiene que soportar e ir trampeando como puede, sino una época de ocio y libertad, en la que te ves emancipado de las artificiosas urgencias de años anteriores, y esa libertad me permite explorar cuando se me antoja, e integrar los pensamientos y sentimientos de una vida”.

(O. Sacks)

Una tarde, al caminar por una plaza de la ciudad me detuve a observar cómo algunos transeúntes corrían aprisa, mientras otros permanecían sentados compartiendo trozos de pan con las palomas. Era un espectáculo maravilloso, y decidí quedarme un rato ahí para gozar esas imágenes vivientes.

Recordé las lecturas sobre la vejez, los cuadros que describen las transformaciones de las personas que llegan a vivir o sobrevivir esa etapa de la vida. Todo esto me recordó el libro Gratitud, de Oliver Sacks.

Al disfrutar de esas imágenes en la plaza, vinieron a mi mente algunos recuerdos de la infancia cuando gozaba de la compañía del abuelo, su música y calidez. Fueron momentos extraordinarios de juego, música, afecto y sensaciones que envolvían mi pequeño ser. Vibraba cuando me sentaba a su lado y sentía su disfrute por la música; las melodías me envolvían y transportaban, son memorias de los días vividos en su compañía.

El abuelo un día se marchó de casa para no volver, lo sorprendió la muerte. No supe lo que sucedía cuando mis familiares corrían de un lado a otro apoyándose, acompañándose en ese momento de dolor, de esa pérdida irreparable. Todo se volvió silencio para mí, como si el tiempo se hubiese detenido para acomodar o asimilar lo que sucedía.

Las horas transcurrieron y lo inevitable se hizo presente inexorablemente. En un instante, en mi mente se instaló, con una fuerza tal que perdura hasta hoy, la imagen querida de aquel hombre bonachón, prudente y servicial. Estos momentos volvieron a mí mientras observaba a esas personas mayores cómo disfrutaban el canto y el alboroto de los pájaros, de las carcajadas de los niños que corrían alrededor.

De pronto volví a la infancia, al momento en que me despedía del abuelo en el cementerio… de nuevo escuché los llantos de mis familiares, el ruido de las palas que recogían la tierra que cubriría su ataúd, fue un instante de dolor agudo en mi pecho… perdía a la fuente de afecto incondicional.

Hoy también viene a mi mente la estrofa de la canción El abuelo, de Alberto Cortez: “El abuelo un día subió a la carreta de subir la vida. Empuñó el arado, abonó la tierra y el tiempo corría. Y luchó sereno por plantar el árbol que tanto quería.

“Y el abuelo un día lloró bajo el árbol que al fin florecía, lloró de alegría cuando vio sus manos, que un poco más viejas no estaban vacías.”

El abuelo entonces, cuando yo era niño, me sentaba en la mesa y se disponía a escuchar la música que lo relajaba, y que aprendí a disfrutar en su compañía. Era un encuentro diario, a la misma hora y lugar; ahí, sentado en la plaza, reviví muchas emociones y sentimientos guardados en mi corazón.

Partió en silencio, sin un adiós, sin un abrazo y en la soledad de una cama de hospital. Así fue como viajó por las estrellas, y desde allá veo su luz resplandeciendo en las noches y madrugadas… lo saludo con el mismo amor de siempre cuando escuchábamos juntos el Concierto de piano no. 1, de Tchaikovsky, tema que se volvió emblemático para mí.

Ahora me concentro en el trabajo, los amigos, la lectura y la escritura. He decidido tomar distancia del ruido, de los noticiarios sensacionalistas, de tantas cosas que no agregan valor a mi vida. Me acercaré más a los que nutren mi ser integral y gozaré cada instante, aquí y ahora.

“No considero la vejez una época cada vez más sórdida que uno tiene que soportar e ir trampeando como puede, sino una época de ocio y libertad, en la que te ves emancipado de las artificiosas urgencias de años anteriores, y esa libertad me permite explorar cuando se me antoja, e integrar los pensamientos y sentimientos de una vida”.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com

“No considero la vejez una época cada vez más sórdida que uno tiene que soportar e ir trampeando como puede, sino una época de ocio y libertad, en la que te ves emancipado de las artificiosas urgencias de años anteriores, y esa libertad me permite explorar cuando se me antoja, e integrar los pensamientos y sentimientos de una vida”.

(O. Sacks)

Una tarde, al caminar por una plaza de la ciudad me detuve a observar cómo algunos transeúntes corrían aprisa, mientras otros permanecían sentados compartiendo trozos de pan con las palomas. Era un espectáculo maravilloso, y decidí quedarme un rato ahí para gozar esas imágenes vivientes.

Recordé las lecturas sobre la vejez, los cuadros que describen las transformaciones de las personas que llegan a vivir o sobrevivir esa etapa de la vida. Todo esto me recordó el libro Gratitud, de Oliver Sacks.

Al disfrutar de esas imágenes en la plaza, vinieron a mi mente algunos recuerdos de la infancia cuando gozaba de la compañía del abuelo, su música y calidez. Fueron momentos extraordinarios de juego, música, afecto y sensaciones que envolvían mi pequeño ser. Vibraba cuando me sentaba a su lado y sentía su disfrute por la música; las melodías me envolvían y transportaban, son memorias de los días vividos en su compañía.

El abuelo un día se marchó de casa para no volver, lo sorprendió la muerte. No supe lo que sucedía cuando mis familiares corrían de un lado a otro apoyándose, acompañándose en ese momento de dolor, de esa pérdida irreparable. Todo se volvió silencio para mí, como si el tiempo se hubiese detenido para acomodar o asimilar lo que sucedía.

Las horas transcurrieron y lo inevitable se hizo presente inexorablemente. En un instante, en mi mente se instaló, con una fuerza tal que perdura hasta hoy, la imagen querida de aquel hombre bonachón, prudente y servicial. Estos momentos volvieron a mí mientras observaba a esas personas mayores cómo disfrutaban el canto y el alboroto de los pájaros, de las carcajadas de los niños que corrían alrededor.

De pronto volví a la infancia, al momento en que me despedía del abuelo en el cementerio… de nuevo escuché los llantos de mis familiares, el ruido de las palas que recogían la tierra que cubriría su ataúd, fue un instante de dolor agudo en mi pecho… perdía a la fuente de afecto incondicional.

Hoy también viene a mi mente la estrofa de la canción El abuelo, de Alberto Cortez: “El abuelo un día subió a la carreta de subir la vida. Empuñó el arado, abonó la tierra y el tiempo corría. Y luchó sereno por plantar el árbol que tanto quería.

“Y el abuelo un día lloró bajo el árbol que al fin florecía, lloró de alegría cuando vio sus manos, que un poco más viejas no estaban vacías.”

El abuelo entonces, cuando yo era niño, me sentaba en la mesa y se disponía a escuchar la música que lo relajaba, y que aprendí a disfrutar en su compañía. Era un encuentro diario, a la misma hora y lugar; ahí, sentado en la plaza, reviví muchas emociones y sentimientos guardados en mi corazón.

Partió en silencio, sin un adiós, sin un abrazo y en la soledad de una cama de hospital. Así fue como viajó por las estrellas, y desde allá veo su luz resplandeciendo en las noches y madrugadas… lo saludo con el mismo amor de siempre cuando escuchábamos juntos el Concierto de piano no. 1, de Tchaikovsky, tema que se volvió emblemático para mí.

Ahora me concentro en el trabajo, los amigos, la lectura y la escritura. He decidido tomar distancia del ruido, de los noticiarios sensacionalistas, de tantas cosas que no agregan valor a mi vida. Me acercaré más a los que nutren mi ser integral y gozaré cada instante, aquí y ahora.

“No considero la vejez una época cada vez más sórdida que uno tiene que soportar e ir trampeando como puede, sino una época de ocio y libertad, en la que te ves emancipado de las artificiosas urgencias de años anteriores, y esa libertad me permite explorar cuando se me antoja, e integrar los pensamientos y sentimientos de una vida”.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com