/ jueves 26 de diciembre de 2019

Casos y cosas de la experiencia | Movimiento perpetuo

Estos últimos días he disfrutado del movimiento de ida y vuelta de las olas, del murmullo de su canto, de la tranquilidad inequívoca que se respira al estar cerca del mar, y en compañía de una persona querida. Este lugar es fuerte y suave, un espacio para respirar con profundidad, y relajar cada parte de mi cuerpo. Es el momento, aquí y ahora para estar en paz y organizar todas las emociones y sentimientos.

En esta playa se puede observar con detenimiento el correr de las personas, las hojas de los árboles moverse al compás del aire que las acaricia y las refresca, con la lluvia suave que las humecta. Esto me condujo a pensar en los actos de nobleza que suceden al azar, que conmueven e invitan a celebrar cada encuentro con otro ser humano.

Los días transcurrieron, la gente al pasar sonreía y colocaba su mano sobre el pecho, para hacer amablemente una reverencia y así agradecerme la visita. Un saludo, una sonrisa, un toque físico que expresaba un encuentro valioso y sincero.

El lugar estaba lleno de gente, los niños corrían por doquier y sus risas contagiaban a otros que jugaban en la alberca. Los visitantes provenían de lugares diversos y, aunque no se hablara un idioma único, existía uno que era clave para el contacto: la sonrisa, que, acompañada con un movimiento de cabeza, favorecía la posibilidad del encuentro.

Sobre la mesa, el café aguardaba silencioso ese sorbo suave, esperaba la nota que describiría lo observado y escuchado. Era preciso agradecer cada momento disfrutado con una meditación y relajación. Luego una caminata contribuyó a ejercitar el cuerpo y la mente, que encontraron los motivos para compartir la experiencia vivida.

Recordé algunas experiencias de actos de nobleza ocurridos al azar:

Un bello encuentro con un chico en su silla de ruedas, con la mirada perdida y cómo me atrajo hacia él cuando se encontraron nuestras miradas. Me acerqué a los padres y les pregunté su nombre; la madre sonriente dijo que se llamaba César. Estuve a su lado, le toqué el hombro, dije su nombre y de inmediato volteó regalándome una sonrisa. Agradecí mi decisión de acercarme a él. Su madre también me regaló una hermosa sonrisa y su padre, desde lejos, observaba la escena, sólo movió la cabeza para saludarme.

Cada viaje representa la oportunidad de conocer y comprender lo que sucede con la comunidad y conmigo. Observar, escuchar y preguntar lo que llama mi atención. Los detalles de las personas me conmueven por su sencillez y dulzura.

Es hermoso descubrir lo que vivo, siento y reconozco en mí; un motivo maravilloso para disfrutar y celebrar con la persona querida; que es luz que ilumina, fuerza que acompaña y calidez que sostiene el encuentro. Un caminar suave y silencioso que permite reconocer lo aprendido durante diversos caminos y tiempos.

Ahora que se acercan fechas significativas, agradezco los regalos que me has ofrecido, los momentos y recuerdos, el silencio que se vuelve cómplice en cada espacio compartido. Bebí la copa de vino que sirvió el hostess y le agradecí cada momento vivido a su lado.

Pude apreciar que las personas necesitamos los encuentros para crecer, desarrollar y estimular nuestra creatividad y así generar nuevos aprendizajes.

Ahora sólo me resta desearles lo mejor en la convivencia con sus seres queridos, el regalo más hermoso será esa sonrisa, abrazo y esa expresión maravillosa para mí: te quiero o amo.

Las festividades producen encuentros y desencuentros, confío en que todo sea favorable para cada uno de ustedes y en compañía de su familia. Feliz Navidad.

Estos últimos días he disfrutado del movimiento de ida y vuelta de las olas, del murmullo de su canto, de la tranquilidad inequívoca que se respira al estar cerca del mar, y en compañía de una persona querida. Este lugar es fuerte y suave, un espacio para respirar con profundidad, y relajar cada parte de mi cuerpo. Es el momento, aquí y ahora para estar en paz y organizar todas las emociones y sentimientos.

En esta playa se puede observar con detenimiento el correr de las personas, las hojas de los árboles moverse al compás del aire que las acaricia y las refresca, con la lluvia suave que las humecta. Esto me condujo a pensar en los actos de nobleza que suceden al azar, que conmueven e invitan a celebrar cada encuentro con otro ser humano.

Los días transcurrieron, la gente al pasar sonreía y colocaba su mano sobre el pecho, para hacer amablemente una reverencia y así agradecerme la visita. Un saludo, una sonrisa, un toque físico que expresaba un encuentro valioso y sincero.

El lugar estaba lleno de gente, los niños corrían por doquier y sus risas contagiaban a otros que jugaban en la alberca. Los visitantes provenían de lugares diversos y, aunque no se hablara un idioma único, existía uno que era clave para el contacto: la sonrisa, que, acompañada con un movimiento de cabeza, favorecía la posibilidad del encuentro.

Sobre la mesa, el café aguardaba silencioso ese sorbo suave, esperaba la nota que describiría lo observado y escuchado. Era preciso agradecer cada momento disfrutado con una meditación y relajación. Luego una caminata contribuyó a ejercitar el cuerpo y la mente, que encontraron los motivos para compartir la experiencia vivida.

Recordé algunas experiencias de actos de nobleza ocurridos al azar:

Un bello encuentro con un chico en su silla de ruedas, con la mirada perdida y cómo me atrajo hacia él cuando se encontraron nuestras miradas. Me acerqué a los padres y les pregunté su nombre; la madre sonriente dijo que se llamaba César. Estuve a su lado, le toqué el hombro, dije su nombre y de inmediato volteó regalándome una sonrisa. Agradecí mi decisión de acercarme a él. Su madre también me regaló una hermosa sonrisa y su padre, desde lejos, observaba la escena, sólo movió la cabeza para saludarme.

Cada viaje representa la oportunidad de conocer y comprender lo que sucede con la comunidad y conmigo. Observar, escuchar y preguntar lo que llama mi atención. Los detalles de las personas me conmueven por su sencillez y dulzura.

Es hermoso descubrir lo que vivo, siento y reconozco en mí; un motivo maravilloso para disfrutar y celebrar con la persona querida; que es luz que ilumina, fuerza que acompaña y calidez que sostiene el encuentro. Un caminar suave y silencioso que permite reconocer lo aprendido durante diversos caminos y tiempos.

Ahora que se acercan fechas significativas, agradezco los regalos que me has ofrecido, los momentos y recuerdos, el silencio que se vuelve cómplice en cada espacio compartido. Bebí la copa de vino que sirvió el hostess y le agradecí cada momento vivido a su lado.

Pude apreciar que las personas necesitamos los encuentros para crecer, desarrollar y estimular nuestra creatividad y así generar nuevos aprendizajes.

Ahora sólo me resta desearles lo mejor en la convivencia con sus seres queridos, el regalo más hermoso será esa sonrisa, abrazo y esa expresión maravillosa para mí: te quiero o amo.

Las festividades producen encuentros y desencuentros, confío en que todo sea favorable para cada uno de ustedes y en compañía de su familia. Feliz Navidad.