/ lunes 20 de junio de 2022

Minutos de lectura | Tablero dividido

El colectivo cultural en Sonora siempre ha vivido en parcialidades o grupos. Por un lado, se encuentran quienes encabezan las instancias estatales o municipales, sus equipos de trabajo, sus afines y sus detractores. Por otro, existen comunidades de académicos, de artistas y creadores independientes o beneficiarios, de estudiosos o periodistas, de públicos interesados o de simples observadores afines o contrarios a los proyectos en desarrollo. Esto genera que con frecuencia la actividad cultural sea un tablero dividido. Lograr consenso dentro de una comunidad artística no es tarea fácil.

Si a lo anterior le sumamos instituciones o discursos políticos polarizantes además de presupuestos acotados que no permiten una gestión cultural en donde una mayoría se beneficie y apruebe, la situación se complica tal cual una bomba de tiempo. Aunque los agentes culturales poseen ideas o posturas críticas inherentes a su naturaleza y la clase política los confunde con grandes activos de resonancia en el electorado, el politizar la cultura nunca ha dejado saldo positivo.

Existen también personajes y obsesiones que se aferran a seguir opinando o participando desde plataformas paralelas que no suman. Personajes con fijación en ideas viejas que hace décadas dejaron de funcionar y que, buscando con añoranza una posición o incidencia en el debate, no concientizan de la importancia del institucionalismo y la óptima gestión en pro de la unidad. Insisto: quienes creen inconscientemente que polarizar es una herramienta de desarrollo colectivo, confunden obsesiones personales con el ejercicio de una política pública y desacreditan a quienes —a su criterio— compiten o no comparten origen ni ideas comunes. Los relevos generacionales, el antisectarismo cultural y la evolución de la comunidad a través de los años, son la mejor herramienta para buscar una nueva, o mejor dicho, una sana generación de gestores culturales. Si así fuera, Sonora tendría hoy una ruta clara rumbo al desarrollo cultural con visión de mediano y largo plazo. Desafortunadamente, no existe tal y los esfuerzos realizados terminan acotados a proyectos temporales que no se concretan; proyectos de cabezas sectarias con ambiciones personales evidentes que, aunque son medianamente valiosas, terminarán en el cajón de lo inservible.

Si un proyecto nacional abrazara los proyectos estatales la historia sería distinta. Recordemos los grandes proyectos culturales que en México han existido, como el de principios del siglo XX cuando el nacionalismo desde las artes otorgó identidad y rumbo cultural a cada rincón de nuestro país. Hoy, un desfigurado proyecto nacional lo único que ha generado es desencanto y, lo peor, intrascendencia. A casi cuatro años de distancia, el proyecto cultural federal que encabeza el C. Presidente de la República muestra el mínimo de resultados. ¿Indicadores que lo prueben? Cualquiera.

La cultura —pues— se encuentra en tiempos de oscuridad, con necesidad de luz y rumbo. Los tiempos difíciles requieren de decisiones trascendentes, garra, voluntad y apoyo para despertar a la somnolencia y el letargo en el que se ha caído. ¿Será tiempo de resignarnos y olvidar que las instancias culturales públicas deben ser faro y guía de la comunidad y el arte? ¿O será mejor pensar en nuevas formas de gestión cultural que prescindan del apoyo institucional o público? Estamos en eso.


El colectivo cultural en Sonora siempre ha vivido en parcialidades o grupos. Por un lado, se encuentran quienes encabezan las instancias estatales o municipales, sus equipos de trabajo, sus afines y sus detractores. Por otro, existen comunidades de académicos, de artistas y creadores independientes o beneficiarios, de estudiosos o periodistas, de públicos interesados o de simples observadores afines o contrarios a los proyectos en desarrollo. Esto genera que con frecuencia la actividad cultural sea un tablero dividido. Lograr consenso dentro de una comunidad artística no es tarea fácil.

Si a lo anterior le sumamos instituciones o discursos políticos polarizantes además de presupuestos acotados que no permiten una gestión cultural en donde una mayoría se beneficie y apruebe, la situación se complica tal cual una bomba de tiempo. Aunque los agentes culturales poseen ideas o posturas críticas inherentes a su naturaleza y la clase política los confunde con grandes activos de resonancia en el electorado, el politizar la cultura nunca ha dejado saldo positivo.

Existen también personajes y obsesiones que se aferran a seguir opinando o participando desde plataformas paralelas que no suman. Personajes con fijación en ideas viejas que hace décadas dejaron de funcionar y que, buscando con añoranza una posición o incidencia en el debate, no concientizan de la importancia del institucionalismo y la óptima gestión en pro de la unidad. Insisto: quienes creen inconscientemente que polarizar es una herramienta de desarrollo colectivo, confunden obsesiones personales con el ejercicio de una política pública y desacreditan a quienes —a su criterio— compiten o no comparten origen ni ideas comunes. Los relevos generacionales, el antisectarismo cultural y la evolución de la comunidad a través de los años, son la mejor herramienta para buscar una nueva, o mejor dicho, una sana generación de gestores culturales. Si así fuera, Sonora tendría hoy una ruta clara rumbo al desarrollo cultural con visión de mediano y largo plazo. Desafortunadamente, no existe tal y los esfuerzos realizados terminan acotados a proyectos temporales que no se concretan; proyectos de cabezas sectarias con ambiciones personales evidentes que, aunque son medianamente valiosas, terminarán en el cajón de lo inservible.

Si un proyecto nacional abrazara los proyectos estatales la historia sería distinta. Recordemos los grandes proyectos culturales que en México han existido, como el de principios del siglo XX cuando el nacionalismo desde las artes otorgó identidad y rumbo cultural a cada rincón de nuestro país. Hoy, un desfigurado proyecto nacional lo único que ha generado es desencanto y, lo peor, intrascendencia. A casi cuatro años de distancia, el proyecto cultural federal que encabeza el C. Presidente de la República muestra el mínimo de resultados. ¿Indicadores que lo prueben? Cualquiera.

La cultura —pues— se encuentra en tiempos de oscuridad, con necesidad de luz y rumbo. Los tiempos difíciles requieren de decisiones trascendentes, garra, voluntad y apoyo para despertar a la somnolencia y el letargo en el que se ha caído. ¿Será tiempo de resignarnos y olvidar que las instancias culturales públicas deben ser faro y guía de la comunidad y el arte? ¿O será mejor pensar en nuevas formas de gestión cultural que prescindan del apoyo institucional o público? Estamos en eso.